domingo, 13 de diciembre de 2015

Una curiosa anécdota personal


Hoy quiero contarles algo que me sucedió hace pocos días aunque el origen de la historia se remonta atrás en el tiempo.

El invierno pasado me compré unas botas marrones con cremallera a ambos lados que me gustaban muchísimo y solía utilizar de forma habitual, pero lamentablemente un mal día vi que una de las cremalleras laterales, de adorno, se había abierto y todo un lado de la bota quedaba caído haciendo la bota inservible. Las llevé al zapatero y el presupuesto que me daban para arreglar la bota era más elevado que su precio por lo que no merecía la pena arreglarlas.

Recuerdo que me dio pena y a la hora de tirarlas no me decidí a hacerlo pensando que quizá me animase a buscar un remedio más adelante así que las bajé al sótano y allí quedaron guardadas en su caja, esperando quizá un momento mejor. Incluso personas cercanas a mi fueron testigo de lo sucedido ya que  trataron de arreglármelas, sin éxito.

Como era pleno invierno, hube de comprarme otras botas pues aquí hace mucho frío y no puedo estar sin ellas. Pero las que me compré no me gustaron tanto como aquellas que se rompieron y eso que busqué y busqué algunas parecidas.

Hace unos días me acordé de ellas y pensé: "qué rabia, con lo que me gustaban aquellas botas, qué pena que se me rompiesen sin apenas haberlas usado". Se da la circunstancia que como bruja, estoy trabajando estos días con unas cosas que tienen que ver con el mundo de las hadas y de los duendes. Como he contado en numerosas ocasiones, no creo en dioses pero si en la Madre Tierra, en el poder del Sol y en la existencia de los elementales, las hadas y los duendes, a los que cuido, respeto y amo.

Hace un par de días bajé al sótano a buscar unas cosas y al remover unos trastos vi la caja con las botas. Recuerdo que pensé: “vaya, siguen aquí. Debería de tirarlas a la basura porque aquí solo ocupan espacio”. Así que las cogí y las subí a la casa. Quise mirarlas antes de tirarlas y cuál es mi sorpresa, al abrir la caja, que las botas estaban perfectas, sin ningún desperfecto. La cremallera rota estaba perfectamente arreglada y las botas nuevas, listas para ser usadas. Como será que el viernes pasado me las puse y me invadió una gran felicidad. Algunas personas que vieron que estaban rotas, no daban crédito pues recordaban perfectamente el mal estado de las mismas.

Nadie ha podido bajar a ese sótano pues nadie tiene acceso a él.



Empecé a pensar que era imposible. Nadie podía haberlas arreglado, pero curiosamente me vino a la cabeza el famoso cuento de “Los duendes y el zapatero” y revisando la literatura y las tradiciones que existen al respecto, parece ser que es algo más que un cuentecillo y, efectivamente, existen unos espíritus vinculados al mundo natural, que en ocasiones arreglan cosas…

Es extensísima la bibliografía que habla de la presencia de duendes y seres vinculados a las granjas y hogares que ayudaban en las tareas domésticas antes de la llegada del siglo XIX. Parece ser que a partir de la Ilustración, que llegó a finales del siglo XVII, la presencia de estos duendes y espíritus del hogar fue desapareciendo de forma estrepitosa. La Ilustración, a mi modo de ver, fue una catástrofe absoluta pues junto con el cristianismo, ayudó a la ruptura del pensamiento mágico, del vínculo sagrado entre los seres humanos y la naturaleza. La razón humana, sin espíritu, es un monstruo que destruye la naturaleza y al propio ser humano.

Pero volviendo a aquellos tiempos maravillosos donde los duendes y las hadas convivían con nosotros, podemos citar dos pasajes deliciosos que nos hablan de la presencia de estos amables seres.

John Brand, Ministro de la Iglesia de Escocia, escribía en 1.703: Hace cuarenta o cincuenta años, todas las familias, o casi, tenían un brownie o un demonio al que llamaban así, y que se ponía al servicio de los que le hacían sacrificios a cambio de sus cuidados. Cada familia tenía antaño su demonio o genio.

El folklorista bretón François-Marie Luzel tuvo ocasión, en la segunda mitad del siglo XIX, de conocer en Landernau a una anciana originaria de Roscoff, Marie Cocagn, que le contó los recuerdos de su infancia acunada por la presencia benévola de los lutins, otro de los innumerables nombres que reciben estos mágicos seres:


Los lutins, antaño, frecuentaban habitualmente las casas de nuestros padres, que tenían hacia ellos mil atenciones, por las que, por otra parte, eran bien recompensados con los servicios que les prestaban esos hombrecitos. Durante el día estaban por lo general en los desvanes de las casas o en los graneros de los establos; por la noche, cuando todo el mundo estaba acostado, salían de sus escondrijos, iban a calentarse sobre la piedra del hogar y comían su parte de la comida de la familia, que nunca se olvidaba dejar a su disposición, como una tortilla de trigo sarraceno, un poco de tocino, coles cocidas y mondaduras de patatas y zanahorias, un cuenco de leche tibia, etc. Después se ponían manos a la obra, barrían la casa, frotaban los muebles, colocaban en su lugar los recipientes y otros utensilios de la casa dejados en desorden, llenaban las ollas y las tinas de agua fresca, y hacían otros pequeños servicios.

¿A usted alguna vez no se le ha arreglado mágicamente algo que daba por estropeado?


8 comentarios:

  1. Hola Marta, que linda historia la tuya. En mi caso, no me han arreglado nada, pero en algunas ocasiones, (que han sido periodos largos meses o años a veces, entre un episodio y otro que no entiendo porque no se presentan de manera màs habitual, espero que tu sepas algo)me esconden las cosas y después de buscar y buscar por todos lados aparecen a la vista, en un principio yo pensaba que era producto de mi imaginación, pero me respondía si vi por ejemplo en esa mesa y no había nada. En otra oportunidad me limpiaron un charco de liquido derramado en una mesa, cuando volvi con la esponja para limpiar, ya no habìa nada,levante los utensilios por si estaba debajo el liquido que fue bastante y nada, tampoco se habia caido al suelo. Y yo estaba sola, sin nadie màs que pudiera limpiar o esconderme las cosas. Y años atrás una noche, que desperté abrupta mente, creí ver a los pies de la cama una criatura pequeña que me miraba y desapareció en el mismo instante, me diò mucho miedo y no he lo he vuelto a ver.
    Gracias Marta por tu página, buen día.

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  2. Cierto es, todo esto. Yo también he oído hablar de ello. Mi primera ves que supe de su existencia fue a los 4 años a través de la enciclopedía "El Mundo de los niños" de la editorial Salvat, de tapas beis y granate, sobria, por fuera, llena de color por dentro. Animo a quien pueda la vea, se quedará maravillado, tal y como me quedé yo. Y es algo que no pasa el tiempo por ello, ya que siempre está y ha estado ahí.

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  3. Increíble historia Marta, yo siempre he creído en los elementales pero vivir en la capital en una ciudad muy grande te olvidas de estas cosas. Ahora tengo una casa en los Pirineos y estoy convencido de que hay duendes aunque no los vea les tendré mucho respeto ya que deben ser respetados por los humanos y pienso que ellos no deben burlarse de nosotros si les respetamos y convivimos juntos, yo pienso que tiene que haber un vinculo de amistad con ellos.

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  4. ¡Cuánto me alegro Marta! FELICIDADES.

    Me has dejado con una sonrisa de esas que se quedan instaladas en mi cara y que los que no me conocen deben de pensar que estoy en otro planeta...Cuánto me alegro, de verdad. Es una recompensa, tú los cuidas siempre y ellos te han hecho un regalo maravilloso, ya no sólo por las botas en sí, sino porque saben que tú sabes que lo han hecho ellos y son agradecidos.
    Te mereces todo lo mejor.

    Gracias por compartirlo.

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  5. Me ha gustado mucho la historia, Marta, al igual que todo el blog, y he recordado algo muy parecido que me ocurrió hace unos 13 años cuando vivía en Burgos compartiendo piso con amigos. Unas gafas de leer se me rompieron y no pude arreglarles el cristal porque el sueldo de jovencita no me permitía y las deje en un armario guardadas. Tenían un cristal partido. Cuando al cabo del tiempo las encontré, al abrir la funda encontre que estaban perfectamente, los dos cristales estaban bien. Pregunte a mis compañeros si alguno me nas había llevado a arreglar y ninguno sabia siquiera que yo llevaba gafas para leer. Fue una de esas cosas curiosas que pasan y no me había vuelto a acordar de ellos hasta ahora, así que doy fe de que eso ocurre. Muchas gracias por el blog. Un abrazo.

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